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barbacana

1.960.

1.960. Los partidos eran siempre mitad contra mitad.
Si estábamos 32, 16 contra 16. El campo la Plaza de Toros.
Jugar en uno u otro equipo dependía de cómo fuera el partido. ¡Gooool!
¡Oye que tú íbas con nosotros!. Pues perdona, pero para una pelota que tocaba... Sí, la metes en nuestra puerta ¡Atontao!.
Tendríamos como 10 años y no queríamos que con nosotros jugase un mocetón de unos 14 al que daba igual pillar la pelota que las piernas.
Siempre al retortero y sentado en la acera de los Villas (donde se colocaba el entablado de las autoridades en los toros), cuando le caía la pelota cerca la cogía y le daba un patadón hacia donde fuera.
Aquella vez la echó por encima del muro del corral del Sr. Epigmenio. La pelota era mía. ¡Pues ahora la tienes que buscar tú!.
¡Cállate mocoso que te doy una hoooostia!.
Yo ¿le llegaría por las tetas?, que cojo una piedra (como una almendra, si acaso), y que se la tíro más como rebelión que como castigo.
Le dió en la espalda y la enseña remangándose la ropa cómo si le hubiesen roto una costilla de un disparo de mortero.
Se viene para mí me agarra del cuello de jersey y me levanta dos palmos, hasta la altura de su cara: ¡Te voy a marcar, cabr...!
El puñetazo fué inmejorable. Sin oposición. Sin réplica. Sin tonterias. Directo a la nariz.
Fuera no sé si se oyó el chasquido. Dentro, en mi cerebro, sonó como si se cascasen 200 nueces a la vez en una máquina imaginaria. Como el sonido crujiente de las maracas de un negro caribeño borracho de ron y de baile. Como el chocar de un camión a 200 con un cristal infinito.
Caí de rodillas sin saber dónde estaba. La sangre me homogeneizaba de color los pantalones cortos con los calcetínes altos. Incliné la cabeza hacia adelante sin rozar el suelo para mantener la dignidad. Perdí el sentido del tiempo.
Cuando volví en mí tenía a mi lado la cartera de cuero de los libros y el balón. Todos habían desaparecido.
Cargué bajo los brazos las dos cosas y me fuí para casa...
En el pilón del inicio de las escaleras apoyé la frente un rato hasta que rebosó de sangre el pequeño agujero superior que semejaba un altar maya de sacrificios.
La puerta de mi casa siempre estaba abierta. Mi madre en Calatoradico, con las faenas.
Subí a mi habitación y me metí en la cama quitándome solamente los zapatos.
Mi gruta, mi guarida, mi fuerte, mi escondite. Tapado hasta los ojos sin apenas respirar entre la presión de las 3 mantas y la sangre que me llenaba la boca.
No sé cuando apareció mi madre: ¿has merendado?.  No.
¿Quieres que te prepare una rebanada con aceite?.  No.Bueno, pues no subo más. Tu padre ya está a punto de llegar y ya sabes lo que le gusta hacer los deberes contigo. Ya lo sé.

El arrullo cariñoso de mi padre descubrió todo.
Me cogía con los dientes el lóbulo de la oreja que tuviera al descubierto y simulaba ser un ratón mordisqueando una manzana. Mañana y noche, todos los días, toda la vida.
Notó en los labios algo viscoso al hacerlo y se levantó como herido por un rayo. Encendió la luz de la mesilla. Destapó con violencia las mantas y al verme, no sé las veces que gritó como un alarido guerrero "Mecagüendiosbendito" ¿Pero que ha pasado?. Dios, Dios...
Me levantó como una pluma y bajó corriendo las escaleras sin detenerse ni a dar explicaciones a mi madre que corría detrás.
En 1 minuto estábamos en el Practicante que me reparó como pudo la nariz.
Los padres, amigos de siempre, hablaron y solucionaron el incidente con nobleza y rigor, pero no es lo más importante.
Al día siguiente D. Segundo me abrazó al entrar a clase con la cara vendada como una momia egipcia y sentí afecto con la mejilla pegadica en el bolsillo de su chaqueta y sobre todo que estaba de mi lado.
No tuve sensación de odio o repulsión hacia aquella persona, pero tampoco miedo. Jamás lo sentí, no íba conmigo. 
 Se alejó de mí y jamás hablé con él en los años restantes de juegos y escuela. Muchos años después creí percibir en su mirada, acodados vecinos en la barra del bar del Churrero,  un gesto de arrepentimiento con la cabeza ladeada, o quizá el temor del verdugo cuando ve que la víctima es libre, fuerte, ha crecido y puede ser vengativa e incluso tan cruel como él.

Me le acerqué y le dije al oído con el orgullo que te dan los años y la serenidad:    Yo, jamás haría lo que tú hiciste.

1 comentario

cruz -

Pero que guapetón, en esta foto seras Crespo pero que conste que tienes mucho de Lorente.