Blogia
barbacana

Los moais.

Los moais.

Tienen entre 6 y 7 metros de altura.

Bueno, no todos. Algunos más pequeños parece que fueran los hijos o los nietos de los jefes maoríes por quienes fueran erigidas.

Hay levantadas como 60 en distintos asentamientos aunque se calcula que son como 800 las que todavía quedan, algunas de las cuales están derribadas en las plataformas debido al fenómeno desastrosos del Niño que cada 5 o 7 años suele asolar la zona y de ahí el nombre que se le encasquetó.

De un solo bloque de piedra de montaña volcánica, aparecen tallados con la gracia, la magnificencia y la sutileza, que las manos curtidas de los primeros pobladores de la Isla les dieron ése enigma sobre todo contando con las deficientes herramientas de la época en que fueron levantadas.

Visitamos la cantera en que fueron tallados a golpe de pedernal afilado donde todavía quedan 2 a medio terminar y una enorme cantidad semienterradas en la ladera verdosa, simulando descansar, emerger de la tierra frondosa o simplemente esperar el momento para ser transportadas y allí comprobamos el enorme esfuerzo no sólo para realizarlas, sino para llevarlas a docenas de kilómetros, para levantarlas en las plataformas funerarias y sobre todo por el enorme respeto, la advocación que se percíbe en las formas generadas y el tremendo misterio que fluye alrededor.

Todas son diferentes.

Todas, dicen, corresponden a personas diferentes, todas tienen rasgos que como un manuscrito lanzado a los vientos te habla de su forma de gobernar, de su talante, de su cordialidad, de su poderío.

Los hay con sombrero o sin él, y solo éste llega a pesar 27 toneladas, aunque cabe entender que algunos de ellos fueron esquilmados por los de siempre cuando Tom Herderyal las descubrió, o detectó su valor arqueológico en 1.964 y que supuso que hasta en Santiago de Chile encontrásemos alguno de los pequeños en los jardines enormes de los vetustos centros oficiales.

Hay que verlos así, allí, al ladito, de frente, entendiendo su mirada, su expresión a veces furtiva a veces escrutadora, con ése puntito de conmiseración del recordarte que tú sí eres mortal y que ellos permanecerán allí por siempre, pase lo que pase en el puñetero mundo de las bombas sin sentido, los niños sin comida y el jodido petróleo.

Traté de entender, no obstante, para volverme tranquilo a poder contároslo que en su sonrisa lacónica parecían decirme ¡pássssa contigo…calatorense!.

   

PD.- Cuando alguien se permite decir que siente envidia de algo, es la confirmación más sólida de que está totalmente limpia de ella.

2 comentarios

Porfi -

¡Eso parece ¿no?, amigo mio!.

Fernando -

¿Te costó mucho tumbarlo?