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El Señor de Sipán.

El Señor de Sipán.

 Ya lo había visto en 1.992.

Aunque solamente algunos pequeños vestigios y una sencilla reconstrucción, pero que ya me engancharon en la Expo de Sevilla donde ya aparecía como el descubrimiento arqueológico más importante del siglo XX, después naturalmente del de la tumba de Tutankamón en Egipto en el Valle de los Reyes en 1922 por Howard Carter  y que se conserva en el Museo del Cairo y del que no he hablado nada porque cuando  la primera vez que lo ví en 1.980 todavía no tenía esta maldita costumbre de contaros casi todo.

Chiclayo es una ciudad del noroeste de Perú bañada por el río Lambayeque y asentada en un antiguo oasis desértico de aquellas enormes llanuras, bien comunicada por la carretera Panamericana, que desde Punta Arenas en Chile y Ushuaia en Argentina (cerca del  Perito Moreno), cruza con alguna ramificación los dos continentes americanos llegando hasta Alaska.

Como monumentos más importantes de la cultura Mochica, llamada así porque se asentó en la ribera del río Moche, hay que visitar las huacas del Sol y la de la Luna, inmensas plataformas ceremoniales que al abrigo de las maravillas encontradas en la zona de Sipán están siendo magníficamente restauradas para tratar de resaltar el enorme esplendor de aquella cultura que dominó en ése paraje durante siglos.

Y allí en una enorme fosa de unos 6 metros de anchura y con una profundidad de unos 8,  la impresionante, la enigmática, la morada eterna de un señor que debía ser lo suficientemente importante para ser enterrado con tanto boato, con los cuerpos mutilados en los pies de la  máxima autoridad religiosa y la militar uno a cada lado, la  esposa a la cabeza y a los pies la favorita de palacio sacrificados todos ex profeso en el momento de su muerte para que le acompañaran y le siguieran protegiendo y sirviendo en la vida eterna.

Como a 2 metros,  más elevado yacen los restos de un guardián armado y sin mutilar que debía velar y vigilar el descanso de los ilustres yacentes.

Hay colocadas en unos pequeños ventanales  laterales así como en el suelo, una cantidad enorme de pequeñas vasijas conteniendo todo lo necesario de alimentos y vestimentas enrolladas  para que la estancia en el mundo del más allá fuera todo lo confortable posible.

Docenas de jarras pintadas con escenas de la vida cotidiana, del trabajo, la meditación, la guerra y sobre todo sexuales de policromías  y formas enigmáticas y surrealistas contenían el agua, los brebajes y los ungüentos  de belleza para que nada quedara a la improvisación.

El cuerpo del Señor estaba totalmente cubierto de abalorios, orejeras, mostacheras, tres escudos cubriendo todo el cuerpo, varias capas de joyas de oro y plata que cubría todo el cuerpo en una suerte de velo funerario majestuoso.

Los ropajes debían ser entonces de los más finos tejidos, de las más suaves sedas y es una lástima que tantos años en la penumbra sosegada de aquel desierto se perdieran casi totalmente. Apenas si quedan algunos retazos, algunos hilillos de oro que reflejan la magnificencia del enterramiento.

Unas largas vigas de palmera cubrían el ataúd, que con miles de Kgs. de arena encima consiguieron mantener en tan buen estado toda aquella maravilla.

 

De allí no se puede hablar de impresiones visionarias coloristas solo de  retazos de lejanas historias de amor y de poderío guerrero y religioso. Allí solo se respira una atmósfera plagada de recuerdos no vivido, de disputas no producidas, de peleas y refulgir de cuchillos de oro en la penumbra de sus aposentos. Allí solo se percíbe el olor de las frutas, el néctar dulce de los dátiles y los cocos de las palmeras cercanas.

Allí solo consigues salir con el alma plena de haber estado siglos más tarde en un lugar tan respetado y tan temido. De haber violado un poco la intimidad y el misterio de una cámara mortuoria o quizá nupcial, de haber asistido al sacrificio violento y pagano de aquellos arcanos.

Así al ladito, porque por un segundo pareció oírse a los lejos el caminar furtivo de una comitiva de dioses silentes.

Pero no, ¡no os asustéis! era el viento peinando la arena.

…donde una hoja corría entre risas buscando mis sueños. 

  

PD.- Para mi amigo Isidro.

En recuerdo de aquella época de goles y de alegrías.  

 

2 comentarios

Porfi -

Tú nunca perderás nada.
Pero no solo conmigo, o con el otro, o con el de más allá.
¡Con nadie!.
La gente buena nunca pierde.
¡Siempre nos tienen deudores de su respeto, de su generosidad, de su cariño!.

Pily E -

Otra historia, maravillosamente contada.
Un lujo, que no nos podemos perder.