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barbacana

El partido (......y 4ª).

A los toros hay que cogerlos por los cuernos.

Por lo menos es lo que se ha dicho siempre. ¡no?.

El Carrasco y el Chispa nos dejaron valientes, salerosas y peligrosas muestras de ello.

Pero en éste caso no eran ni toros, ni cuernos,  ni mucho menos peligrosos.

 

Deambulé por las inmediaciones del bar de la fiesta dándome unas vuelticas por el Paseo de la Independencia, el Pasaje Palafox y la Plaza del Carbón. Me detuve eso sí, a mirar los pantalones y camisas del Reija aún sabiendo que no podría acceder a ellos a no ser que de a mañana a la tarde decidiera convertirme en un osado, armado y peligroso ladrón de bebeuveas.

 

Pasé por la puerta del bar como tres o cuatro veces, haciendo como que no veía el discreto, pero enorme, cartelón que a media calle anunciaba con ése puntito de atracción que solo se consigue pagando una buena pasta a alguna compañía de publicidad:  Goyo´s  Club.

A mí como que lo del Goyo´s no me decía nada, pero lo de Club…ya sabéis como hemos sido siempre en los pueblos a la hora de asociarnos en algo.

Como casi siempre marcan los cánones de que ¡no hay quinto malo! o profundizando un poco más, si cabe, en la filosofía popular rural y su decisiva ¡a la quinta va la vencida!, efectivamente,  en ésa, en la quinta me topé con los ojos profundos, grandes y  enmarcados en el rostro suavemente maquillado de Gregorio que se asomaron acompañando a la cabeza, justito, de  frente al paso resuelto de mi cabizbaja anatomía.

¡Hombre, Porfi, que vienes  retrasado!.

¿Retrasado?, me pregunté al mismo tiempo que franqueaba tras él, la puerta de cristales limpios, esmerilados y opacos.

¡Acojonaito!, me respondí tan bajo que apenas si yo pude escuchar el ligero susurro de la vibración de mis desanimadas cuerdas vocales.

 

El salón del bar parecía un gallinero.

Y no lo digo por suciedad ¡no!,  o por los palos de descanso ¡tampoco!, al revés todo era limpieza, escogidos perfumes, grititos felinos de salutaciones, copas de mano en mano de colores rotundos, chocar de brindis continuados, ofrecimientos de ¡prueba esto que es lo más cull o full o vete a saber,  porque yo me incliné de niño por el jodío francés,  porque hubo un momento en que me dije “como no te pares a calibrar la situación puedes acabar como la vaca Morata”.

Lo del gallinero lo decía por la sensación primaria que nos llevamos los que hemos estado acostumbrados a recoger los huevos a las abuelas, ¡Era por las plumas!, por la inmensa y envolvente cantidad de plumón que levitaba por todos los rincones de la Sala.

Camareros vestidos con pantalones de plástico negro y arriba solamente unos arreos de cuero rodeando unos pectorales conseguidos a puro de gimnasio casero, pero que te comían la moral. En la cabeza unas gorras de militar nazi alemán victorioso negras y brillantes como tricornios de picoleto o  como hojas de cuchillo y donde habían sustituido la svástica por un enorme  anagrama rojo de un corazón sangrante y enamorado.

Es decir, para entendernos, como un paquete de Chester sin filtro.

 

De los presentes sería largísimo contar. No creo que aguantaseis ninguno la descripción minuciosa de su indumentaria. Dominaban los torsos desnudos y tostados de playas ignotas o quemados ribereños del Ebro cercano y ¡tan nuestro!,  el cuero en tirantes y los collares de perro claveteados, brillantes y amenazantes como dientes de tiburón o piolets de alpinista cabreado, las botas vaqueras negras de punteras puntiagudas y  tacones imposibles, las gorras ya descritas y hasta aún más rimbombantes con insignias  refulgentes rojas, naranjas, malvas y  hasta alguna más discreta color turquesa pero que también seguía la línea marcada de los posibles detalles de amor:  De corazones, cuerpos entrelazados en posturas imposibles, labios Maikjager enormes y voluptuosos enviando besos  mezcla de rock y de lujuria, dedos haciendo todas las posibles figuras lascivas, cigarrillos humeantes de hierbas prohibidas, sombreros de plumas, claveles, rosas, frutas variadas e incluso cumpliendo mi premonición un nuevo paquete de tabaco rubio sin filtro, aunque para que no todo fuera acertar se trataba de Camel.

 

Cuando Gregorio me presentó lo hizo con ésas palabras que te colocan de entrada donde no mereces, y que consiguen que  después andes jodido toda la noche:

¡Os presento a nuestro héroe, el que les ha endiñado los dos goles a las lagartonas de Las Delicias!.

Aquello se empezó  a caldear. Aplausos, vítores, intentos de manteo con el cobertor de una mesa arrinconada, saludos apresurados que parecían de despedida.  Todos querían abrazarme, besarme, que bebiera con ellos, ¡siéntate aquí julandrón que no me importa que no seas maricón!, ¡a ver una copa de champán rosado para el vengador!....¡que se quite ropa que no sé como aguanta con éééééésa  trenka!

 

Yo no sabía para donde arrear.

¡Champán rosado francés don Perijñón!, que no tiene nadita que ver con el Codorniú ¡lojuropordios!, porque joder, aquella cosa tan buena, no es que no lo hubiese bebido nunca ¡es que no sabía ni que existía!.

Con una copa de espumoso francés en cada mano tuve que dedicarme a seguir lo que yo llamo el baile o “la estrategia de la cobra”. Es decir te quedas fijo de cuerpo y aunque te ataquen de frente,  te dedicas a dar cabezazos continuos a ambos lados y así cuando te quieren besar, para evitar el beso en la boca, que no solo me preocupaba porque se lo daban ellos con toda naturalidad  sino porque me podía fallar alguna vez ése pequeño quiebro de cintura que tan bien me salía en el fútbol, y he aquí que como temía, me pasé de giro alguna vez, cuando ya empezó a hacerme mella el cansancio de los primeros 45 minutos y sobre todo cuando me fueron cogiendo la jugada y me encontré varias veces, que no conté, con los labios de alguno de ellos, que se sonreían como diciendo ¡ya está la rata…. debajo la lata!.

 

Después de lo que llamaré el descanso, y en el aparte de los canapés y los bocadillos de salmón ahumado y arenques que no eran las sardinas rancias de mis meriendas caseras  y lo que llamaban “pata negra” pero que a mí me pareció un jamón super cojonudo, conseguí llamar la atención de Gregorio que por lo contento parecía que había metido él los goles, me lo llevé a un aparte y le pregunté que de donde había salido aquella fauna.

Aquí hay de todo, procuradores, médicos, albañiles, abogados, más médicos, empleados de banca y del ayuntamiento, profesores, carpinteros, arquitectos, soldadores, ¿ves a aquel del delantal con la ninfa dorada?  pues es magistrado de la Audiencia se llama Don…

¡Ehhhhh!,  que a mí me da igual quien es o como se llama ¿eh? ¡yo he preguntado por preguntar!.

 

La noche siguió los derroteros de las noches perdidas.

Esas donde encuentras a personas que en un minuto te transmiten su confianza como si te conociesen de toda la vida.

Esas en las que pese a ser ligeramente diferentes todos guardan una compostura, una prudencia y un respeto impresionante.

Esas en que cada uno va a su bola sin pensar en lo que tienen en la cabeza los demás.

Esas en que te sientes a gusto y que procuras controlarte para no estar ¡faltaría más! demasiado más a gusto…

Esas que cuando terminan te das cuenta que han podido ir mejor, pero que te alegras de que no se hayan encabronado y hayan salido bastante peor.

 

 Después de una despedida llorona y prometedora con todos de periódicos reencuentros, de ésos que todos saben que no se van a producir jamás, pero donde quieres manifestar ¡la alegría de haberte conocido!  y con unas cuantas copas de más, arreé para casa, es decir para la pensión,  como a eso de las 3 de la madrugada, cruzando los tugurios aledaños plagados de noctámbulos somnolientos y sin rumbo, de putas en la calle el Caballo que me prometían por 40 duros “la mejor noche del resto de tu vida, chaval” y de algunos cuantos canallas navajeros que controlaban el negocio buscando su parte del león,  por si me decidía a aceptar oferta comercial tan sugerente.

 

Ni deseo, ni ánimo, ni dinero, ni siquiera edad para ello, sólo un joven medio cargado pero contento, animado por la nueva experiencia, encantado con los nuevos amigos, satisfecho por cómo se habían conducido los acontecimientos en un día tan surtidito de ellos, feliz por mi edad y por mi reciente inmersión en un mundo hasta entonces tabú y desconocido, sonriendo al mundo con las manos calentitas metidas en el fondo de los bolsillos del pantalón de tergal,  con las ansias juveniles puestas en lo que me deparara sólo y exclusivamente el cercano día siguiente.

 

Por primera vez no había bebido Kas de limón en un convite.

También es verdad que no lo pedí.

A lo mejor ¡ni siquiera lo había!

Bueno, la verdad es que ni me acordé. 

Con aquel Champán, con tantos cócteles de mezclas explosivas, con aquellos canapés, con merienda a mansalva..... y en aquellos años. 

.....¿quién coño podía acordarse del Kas de limón?.

  

Porfi.

  

PD.- Para  Avelina y Mª José por sus palabras preciosas.

Aunque, ¡tan inmerecidas!.

4 comentarios

Porfi -

No es tu poca habilidad.
Es la paginita de marras que crea espacios donde no los hay o uniones contra natura donde no querrías.
Es tremendamente odioso que los diálogos te salgan cortados o espacios insospechados que hacen que la continuidad del relato se resienta.
Sabemos que no es culpa de los mentores que vigilan el correcto desarrollo, pero es una "tocadadepelotas" de cuidado.
Aunque a mí me dá lo mismo.
Lo importante es saber que alguien te ha leído, que te anima a seguir escribiendo y que está ahí, al otro lado del espejo tecnológico.
Por éso gracias a Mª José y a Avelina que (con las ausentes playeras que también tanto quiero), impiden que ésto se convierta en un monólogo sin sentido y sin salida.

Avelina -

¡Lo siento!, yo no le he escrito así, pero mi "habilidad" ha hecho el resto.

Avelina -

¡Vini, vidi, vinci!, Pero acabar de llegar a Zaragoza y encontrarte con ese
ambiente, no deja de ser curioso. ¡Tanta libertad en esos años!, aunque
fuera un poco escondida. No tenía ni idea.
Yo tenía algún grupo de amigos, pero más bien metidos en política (también
súper-escondida), aunque yo, con el temor que había entonces, de lo único
que participé fue de la lectura de libros clandestinos, traídos del extranjero,
que nos íbamos pasando religiosamente, como si fueran joyas.
Cierto es, que con el paso del tiempo, alguno de ellos se convirtió en conocido,
y sale de vez en cuando en “los papeles”.
De lo que sí me acuerdo es de la calle “el caballo”, estaba detrás de la plaza
San Miguel, yo pasaba por allí frecuentemente, para ir a casa de mi tía
Mercedes, ¡pero esa es otra historia!

Ma José -

¡Hola Porfi!
¡Menuda aventura de fiestecita" ¿eh? Esa es una, qué como ya veo,se debe de recordar toda la vida.Casi nada lo que ha llovido desde entonces.No sabía yo,que en aquellos tiempos había cosas de ese tipo,ahora sí que resulta todo eso más normal(quizás porque lo vemos hasta en la sopa) pero hace tiempo creo que te debio de sorprender un poco.Recuerdo que hace por lo menos 27 años,fuimos mi marido y yo a dar un paseo por las ramblas (en Barcelona)y ya se empezaba a oir hablar de los transexuales,pero "de oirlos a verlos".......a mí me dió por reir de las pintas que sacaban algunos.Todo hay que decirlo, que no tenían nada que ver con los de hoy día.
Gracias por estos relatos,que a fin de cuentas son parte de esas marañas de historias que han ido (en este caso),tejiendo tu vida.
Besicos con sabor a pueblo muyyyyyyyyyy mojado