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barbacana

Machu Picchu.

Machu Picchu.

El río baja impetuoso por la garganta que conforman las verdes montañas de los Andes.

Mas arriba,  desde su nacimiento en Vilcanota, el río Urubamba lleva un ritmo tan frenético que se diría quiere coger carrerilla para, después de kilómetros de barrancos, estrechamientos y calmados parones resueltos con caidas en cascadas vertiginosas, atravesar cortando en dos la cordillera de los Andes por el llamado pongo de Mainique.

Era llamado Huilcamayo por los incas que quiere decir río sagrado.

Se le considera el verdadero nacimiento del río Amazonas aunque siempre con la colaboración en confluencia de otra corriente que procede de Huaraz y Chiclayo y que a partir de esa unión se denomina Ucayali.

Ahí, en una de las bajadas más pintorescas de su curso se encuentra Aguas Calientes a 2000 metros de altura que, aunque parezca una tontería, después de los 3.827 de varios dias en  Puno me pareció bajar a la tierra después de una incursión por la estratosfera.

Se le denomina así, como habrán adivinado, por las aguas termales que fluyen de sus cuevas y laderas como auténticas maravillas medicinales.

Una Alhama trasladada en el tiempo al centro paradisíaco de los Andes peruanos.

Allí, frente a la bajada que la pequeña carretera disputa con el fragor del río, se dibujan en el aire las esbeltas siluetas verdes tantas veces soñadas a pesar de haber estado otra vez tan cerca, ahí se encuentra Machu Picchu.

Es imposible ver nada desde allí, solo la magnificencia de las tapizadas montañas que parecen envolver el ambiente colindante en un manto transparente de misterio.

La organización es perfecta. Jamás ví en un sitio tan visitado tanta coordinación de los medios para facilitar el acceso agradable, sin premuras.

Está totalmente prohibida incluso la entrada en esa carretera de los coches particulares, ni de motos siquiera, solo los caminantes atrevidos y atletas o  los de la organización estatal que controla el lugar.

Una enorme cantidad de pequeños autobuses se alinean en la bajada del pueblo, atendidos  por educados nativos que van facilitando el asiento a los turistas que van llegando y cuando se llena ¡venga, para arriba!. Y el  de detrás avanza unos metros y se dispone para el contingente siguiente.

Sin prisas, sin apuros. El tiempo no cuenta, o corre con otra cadencia más hermosa.

Arriba, para bajar, otro tanto está sucediendo en ése momento. Nadie tiene que esperar ni un segundo.  Todo funciona con una minuciosidad de relojero suizo.

Cogimos el autobús nº 44, por eso de la querencia de mi mujer, y rebosantes de ánimo pero también de nervios nos dispusimos a subir a la ¡seguro! Nueva Maravilla del Mundo.

La carretera serpentea en un querer disuadirte de que sigas adelante.

Son docenas de curvas por una pista sin asfaltar y que quizá sea el único pero a poner en el ambiente, porque genera unas polvaredas que impregnan de un manto grisáceo el verde esmeralda de los frondosos árboles, que desde luego será bañado y limpiado por la noche con la caída segura del agradable y beneficioso rocío.

Todo el camino cubierto de la vegetación más exuberante y delicada. Orquídeas  para asombrar y satisfacer las ilusiones de las formas y colores más sugerentes, ¡a miles!  por todos los rincones, encima de las rocas húmedas, colgadas de las ramas de los árboles como si fuesen frutos maduros a puntito de la degustación, en el sitio más inverosímil, como si quisieran decirte que a partir de ahora el regalarlas no sea un lujo de pudientes, que  solo sea un gesto delicado de amor, que ¡ hay tantas! que llegas a extrañarte que cada día no tenga una en la mano y junto al corazón, cada mujer enamorada.

 

¡Y llegas arriba!.

Allí, entre los cerros inmemoriales de las montañas más misteriosas de la tierra se abre como un gigantesco abanico,  bordeado de verdes de matices imposibles, en un silencio que parece murmullo recogido de plegarias de catedral, abierto al cielo más azul que yo recuerde, parecen insinuarte que estás vivo, que vas a seguir estando vivo por lo menos mientras la saliva te impregne la boca.

Allí, encajonado entre el cielo y el curso sosegado del río, que ahí sí, al pasar por su ladera parece contribuir con ésa calma a que las venas se ensanchen, a que la sangre fluya con más fuerza, con otro empuje, que vaya y vuelva al corazón con unos golpes que parecen el entrechocar de piedras gigantescas bajo el agua cristalina.

¡Como un torrente!.

 

Sí, es el Machu Picchu, allí por siglos, con todo su esplendor.

¡Y entonces me acordé!.

Tenía que decir un nombre.

Era un encargo cariñoso y yo jamás me olvido de ellos.

Desde arriba, desde la parte más alta, desde donde se domina el Valle del Urumbaba y quizá de la tierra entera, encima de un promontorio que sirvió para los rituales ceremoniales de aquella civilización, me concentré todo lo que pude, cogí  el resto de aire que cabía en mis pulmones  y empecé a decir unas palabras que retumbaron en el Valle Sagrado de los incas rebotando en las montañas como una pelota loca de alegría.

 

Quizá a los demás les sonaron a plegaria, quizá a canto, pero nunca a lamento porque yo, sí  sabía lo que era.

Era el grito guerrero de un amigo cumpliendo una promesa:

 ¡¡¡¡¡¡M A R I A      J O S É É É É!!!!!!  

4 comentarios

Porfi -

Por personas como tú merece la pena seguir escribiendo.
Y si por mi intención en ése momento fuera, todavía están por pasarte todas las maravillosas cosas que aún no te hayan sucedido.
Un beso, corazón.

Ma José -

¡Un millón de gracias! Porfi
Gracias por acordarte de ese pequeño encargo.Supongo que allí ,comparado con esas inmensas vistas y esos inmensos paisajes,todo se queda pequeño,pero al estar más cerca del cielo,todo lo que va relacionado a ese nombre mío en concreto,sé que ha llegado antes a su destino.Ahora,esperaré ese efecto bumeran,que deseo venga cargado de buenas y renovadas energías.
Gracias de nuevo,pues yo creo que si estuviese yo allí con esas dimensiones de paisajes,perdería la noción del tiempo,del espacio,de la dimensión,y lo más facíl de perder en mí últimamente la memoria.
Besicos con sabor a este pueblo

Porfi -

Quizá la magia de ése lugar se deba también a éso.
Al rastro de ternura que deja donde pasa, ¡la gente como tú!

Pily E. -

Espléndido, te superas día a día.
La magia de tu relato, me ha hecho revivir, las horas de estancia, en ese remanso de paz, donde el espiritu, se eleva al infinito.
Una vez mas, gracias.