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barbacana

A Casimiro.

No seria yo.

O por lo menos quiero pensarlo así.

No sería o no seguiría siendo yo sino contestase a la presentación o salida a la arena virtual de un nuevo contertulio.

Siempre lo he hecho ¿no?.

Y aunque no se acuerde de mí, yo sí le recuerdo con afecto, aunque quizá el tiempo, ése inexorable tergiversador de cariños y fundamentos, se haya podido adueñar de los lejanos y ligeros vestigios que quedasen de una adolescente relación.

Me refiero a Casimiro, ése otro Casimiro, no mi abuelo ¡el de las charlas!.

Hace como 40 años que no sé nada de él.

Quizá debido a que el estar fuera, ¡y tan lejos!,  y el dedicarte de pleno a lo que es tu vida y tu evolución te hace no estar pendiente de lo que en los lugares que han sido tus territorios es el día a día de la vida y la evolución de los demás.

Y quizá yo he sido en eso bastante descuidado.

Recuerdo al Casimiro de mi adolescencia como un joven entusiasta y decidido, pero al que,  por ser unos años mayor, solo traté con el refilón afectuoso que entonces te marcaban la edad y las inquietudes.

No es, no obstante, para que no recuerde que siempre nos tratásemos con cariño y respeto mutuo y permanente.

Por eso quizá me considero su amigo en la distancia del tiempo, aunque nunca compartiésemos más que los requiebros juveniles iniciáticos al calor de los juegos de faldas voladoras, de besos robados,  de calle abierta, de las primeras charlas de barra y los largos  pasillos abiertos de las expectativas.

A mi me vale con ése recuerdo.

Por eso hoy le doy el abrazo de bienvenida más afectuoso,  por la recuperación de su persona en la memoria lejana y compartida.

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