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barbacana

Ribeira Sacra

La niebla emergió del río en un segundo mágico.

Se fue apoderando del entorno y fue  llenando poco a poco el espacio que ocupaban los castaños.

Solo el canto de un búho parecía confundirse entre el silencio con la algarabía que un grupo de coruxas mantenían en el cercano carvallar donde desaparecían entre colores imposibles  tojos, brezos y retamas floridas.

Allí, en el arrullo místico del alminar abalconado del Parador  del monasterio de Santo Estevo podía fumarme con deleite uno de esos puros que se recuerdan toda la vida.

En el corazón de la Ribeira Sacra, la de los monasterios románicos.

Acabábamos de cenar y Flor prefirió quedarse leyendo en un precioso salón en cuya chimenea ardían con fruición dos enormes raíces de brezo.

Se sentía el frío en la cara en aquel atardecer donde todavía el cielo azul oscuro de la noche parecía rebelarse contra el ocaso que llegaba por el claustro silente, apoderándose de su belleza y de su historia.

Allí frente al horizonte que se extinguía sucedió una de esas cosas que por mas que las estrujes nunca entiendes su grandeza.

De pie junto al muro del siglo V fijé la mirada en la pequeña loma que marca el límite de la tranquila curva del Sil.

Fue un esfuerzo de profundizar la mirada en la dulzura del día que se estaba perdiendo. En aquel pequeño eucalipto que parece querer marcar la diferencia entre lo que ves y lo que puedes ver si lo intentas.

¡Y entonces ocurrió el milagro!.

Mis ojos lanzaron al aire de Galicia unos profundos surcos de nostalgia que atravesaron valles y montañas. Surcaron ríos y fuentes y canales, bosques y parcelas, muros y ciudades….y llegaron al mar.

Atravesaron mares y países…y más mares y muchos más países. Desiertos, glaciares, montañas nuevas, nuevos desiertos, otros continentes y la noche que se iba y el día que llegaba arrullado por el sol en su vuelta completa a la tierra.

¿Qué estoy loco?. ¿Qué nadie nunca ha sentido algo igual?.

Pues no lo sé, pero es solo el comienzo, porque de pronto sufrí el escalofrío de allí en aquel lugar tan ignoto sentir el verme mirado por detrás, por la espalda.

¡Es una sensación que te alerta al sentirte contemplado en silencio!.

No, claro que no me volví. Porque sabía que no era Flor ni otra persona quien me estaba mirando.

¡Era yo!. Era mi mirada que había dado la vuelta a la esfera y me acariciaba amorosa por detrás, clavada en mi cazadora de ante.

¡Pues claro que no me volví!. ¿Os habríais vuelto vosotros?.

Seguro que no.

Me dejé llevar por el momento glorioso de dar con los ojos la vuelta a la tierra.

De haber conseguido en ése segundo mágico que me sintiera vivo y dispuesto a afrontar nuevos retos, nuevas experiencias, nuevas aventuras.

Fue de esas sensaciones que te marcan, que te transportan a mundos ignotos, que disfrutas tu solo porque, aun cuando las cuentes..

¿Quién coño querría creerte?.

 

Porfi.

Para Pili, para que todo le vaya como yo quiero.

¡Y porque es de las que pueden enterderlo!

 

1 comentario

Avelina -

La Ribeira Sacra es un lugar tan especial, que no me extraña que te inspire un relato tan hermoso.
A mí tambien me causó una gran impresión