Adios.......................
Aquel día, ni siquiera había comido.
La culpa la tenía un camión de bloques que tenía que venir por la mañana y siendo las 5 de la tarde todavía no había aparecido.
Los cuatro jóvenes se acercaron a la obra y me preguntaron igual que hacían otros días: Don, ¿nos podría llevar hasta Icod cuando se vaya?.
¡Faltaría más!.
Eran tres chicas y un muchacho como de 15 o 16 años a los llevaba hasta el pueblo vecino, como a 5 Kmts. de Garachico donde estábamos construyendo unos apartamentos, cerca de la playa de la Caleta de Interián. Y se sentaron a esperar en la puerta.
Los albañiles que estaban trabajando en la obra se dedicaron a lanzarles requiebros volados a las tres muchachas preciosas, que no les hacían mucho caso aunque se dejaban querer, y seguían sus bromas entre risitas adolescentes.
El camión llegó a las 6´15 de la tarde, justito cuando ya se habían marchado los trabajadores. ¡Nada de apuros!, ¡nada de malas caras!,pero había que descargar el camión así que… ¡todo el mundo a echar una mano!, todos a descargar los bloques junto a la pequeña pared ya levantada que señalaba el límite de nuestro solar.
Todas y todos afanándose en quien era más rápido hasta que el cansancio, algún corte en aquellas manos inmaculadas y los ¡si lo sé no vengo! se fueron imponiendo en el ambiente cuando ya el sol desaparecía por el horizonte marino de la Palma y la noche se apoderaba de las esquinas absorbiendo sus sombras.
Tenía que entrar a trabajar a las 8 de la tarde.
Eran las 7, quedaba media hora de carretera y tendría que afeitarme, ducharme y empercharme y después tirar para el curro.
Terminamos entre sonrisas, complicidades cariñosas, coca colas del bar aledaño, suspiros de alivio y la firme promesa de, ¡en lugar de venir a pedírselo al tajo le hacemos autostop en la carretera!.
Y más y más risas.
El viejo pero bien conservado BMW nos esperaba a la puerta.
Arrancó al primer toque de llave como si también estuviese deseando irse para casa.
El joven que se llamaba Nicolás se sentó de copiloto, las tres muchachas entre empujones, ubicaciones preferidas, risas estentóreas y minifaldas imposibles, en la parte de atrás.
Salimos a la carretera como si fuese el día de Reyes y nos estuviesen esperando los regalos colgados de las ramas verdes de un abeto lejano.
Pasamos Garachico y enfilamos la larga avenida que lleva a la curva que abre hacia el túnel del Guincho, justo por debajo de la casa solariega de los marqueses de Ponte y cuyo hijo Antonio era tan amigo mío.
Ahí justito, ahí, en la última curva a la izquierda que lleva por el camino del mar ocurrió lo inesperado.
Quizá la ansiedad apremiante ante el retraso, el peso del pie cansado, dijérase que como un pedrusco caído a dar en el justo punto medio del acelerador, hicieron que enfilase el suave desnivel de la curva a una velocidad que recordar ¡no quiero!.
Allí, en el mismo tramo invisible de la curva apareció, casi por mi derecha un pequeño furgón de reparto que había invadido nuestro carril.
Solo vi la cara de un señor muy mayor en la foto finís, que mis ojos hicieron de la situación antes de apartar la mirada buscando el agujero de la evasión del peligro y mejor a ser posible ¡del mundo!.
¿Iría el anciano señor adormilado?. ¿Se le habría ido el volante de las manos seniles?. ¿Estaría pagando en su vigilia forzada los posibles excesos de trabajo o las horas declinantes traidoras del día y de la consciencia?.
El giro de mi muñeca a la izquierda del volante sonó como el chasquido de un latigazo. Busqué el pequeño hueco que quedaba libre al lado del mar, al otro lado de la carretera, casi saliéndome de ella o por los menos levantando una polvareda que lo cubrió todo por segundos, en ése minúsculo sitio donde en ése momento se está tirando en el cilindro de la ruleta de la vida, la pequeña bola de marfil que determinará lo años que te queden.
El contravolantazo llevó el coche otra vez a su carril sin apenas rozar las preciosas espigas de cola de gato de las carreteras del norte.
Pero empezó a girar como un trompo loco. Como una peonza sin control que solo se fijase en el arrullo acariciador de la brisa y de la noche.
Por el cristal posterior solo veía sucederse los farallones de la pared de piedras que separan la carretera de las cercanas plataneras. Ora pared, ora mar, ora pared ¡otra vez!....ora mar… Pero sin salirnos ni un centímetro de la carretera. Las niñas agazapadas y revueltas entre sacudidas de caballo desbocado.
Y de pronto el fogonazo de los faros del autobús que venía por detrás y que al quedar en sentido contrario nos apuntaba en el mismo culo del coche.
El pie golpeó en el acelerador como si estuviese iniciando una carrera de obstáculos. Saltó el coche como si le hubiesen puesto un petardo “fin de fiesta” en el tubo de escape y al correr unos 100 metros y sentirme salvado de la proximidad frenada del autobús por detrás, fui dejándolo correr suavemente hasta el cartel de Parada del mismo.
Las dos señoras que esperaban al lado de los enormes cestos típicos de éste lugar se acercaron a la ventanilla del coche donde yo, apoyado en el volante y sin ganas de levantar la cabeza ni la vista, había iniciado un pequeño recopilatorio-duermevela del peligro de la situación.
Ay ¡Mi niiiiiiño!, de la que se han salvado ustedes.
Las tres muchachas continuaban amontonadas en la parte de atrás haciendo de su deterioro posicional un cóctel de suspiros e incredulidad. Nicolás tenía los ojos abiertos como platos. Impertérrito, serio, atrapado por el cinturón y apenas sin moverse pero con la expectación en la mirada del que sabe que ha estado viviendo un momento de inflexión crucial de su futuro.
El conductor de la guagua y algún pasajero se nos acercó a ver si necesitábamos algo.
No pude ni explicarle como se había generado, ni qué coche era el que me hizo salirme y mucho menos como había reaccionado así al tremendo derrapaje porque ¡ni yo mismo lo sabía!.
Son ésas milésimas de segundo en que el cerebro procesa sin preguntar, en que los nervios actúan porque sí, sin indagar de donde coño proceden los estímulos que determinan que una maniobra termine en un susto morrocotudo o en el temido cementerio.
Ha sido muy hábil, amigo. ¡Ustedes han vuelto a nacer hoy!.
Bueno, pues mire, hoy 9 de Diciembre, mañana es mi cumpleaños.
Lo mismo pensó que era hasta broma, cuando sonriéndose me tocó un poco el pelo de la cabeza metiendo la mano por la ventanilla y me indicó en medio de la carretera, deteniendo el tráfico, la maniobra para dar la vuelta al coche y ponerlo en dirección a casa.
Ninguno de los ocupantes hablamos en los 3 Kmts que quedaban hasta Icod.
Al llegar al destino les hice unas pequeñas observaciones de lo que se podía haber generado si alguno moría o se quedaba inválido o no sé, les hable de lo complicadas que son las cosas cuando sucede algo malo que te cambia por completo el planteamiento inicial en que todo ha sido festivo, cariñoso y alegre.
Ellos me dijeron que yo era muy amable al llevarles siempre y que si ocurría algo algún día, eso les podía también suceder en el autobús o andando aún mucho peor.
Los dejé en el sitio de otras veces, al lado de los bares de marcha y me encaminé despacito hacia casa donde Flor me estaría esperando preocupada por la tardanza. Pero todavía no era la época de “una persona… un móvil”.
Desde luego que no le conté nada a mi esposa. ¡faltaría más!, las cosas se cuentan cuando puedan mejorar las situaciones sino ¡para qué!...¿para preocuparla y dejarla las 8 horas de mi trabajo nocturno con la congoja de un momento pasado peligroso?. ¿Para hacerla pensar al día siguiente en la misma posibilidad?...¡mariconadas! ésas cosas como los amores adolescente nunca se cuentan, porque sino, pueden hasta no hacerse realidad.
Al día siguiente llegué tarde a la obra.
Los albañiles, sobre todo un peón gafitas, llamado Sebastián y con pinta de rompecorazones estaban medio esperándome y me mostró un sobre marrón donde aparecía tachado a bolígrafo rojo el “elecciones municipales”, que había llevado Nicolás y que bien cerrado con su pegamento y con el “sello lacrado” de una cinta de celo que le daba la vuelta, ponía en su portada: para DON.
Me reí con los trabajadores del tratamiento que aquí siempre se da a quien, o no tienes la confianza o el trato suficiente o no conoces su nombre, que no era el caso.
Lo abrí y me dio un estertor de cariño y ternura por las pocas y sencillas palabras que contenía además de las firmas colegiales de todos ellos, donde se podía claramente leer su identidad: Diana, Lourdes, Ana Belén y Nicolás.
Aún la conservo, era la mañana del 10 de diciembre de 1993.
¿Que qué ponía?...
Así, muy sencillamente, con una caligrafía entre excesivamente reposada y adornada, como si la hubiesen escrito varias veces hasta que no hubiese ni tachaduras, ni borrones, ni dudas, ni siquiera la melancolía que no lograron evitar.
¡Muchas Felicidades DON !.
Un beso de los 4, ¡ayer nos salvó usted la vida!.
PD.- Hoy 13 años después,
Lourdes y Nicolás tienen dos niñas.
Diana está casada con Miguel Angel, otro amigo Caletero.
Ana Belén es pediatra, sigue soltera y cada día es más guapa…
….y más buena conmigo.
4 comentarios
Fernando -
Lo vuestro fue un amanecer a la vida, y la fotografía puede ser eso, un amanecer entre las tinieblas de la oscuridad; como aquella otra Porfi, esta tambien me lapido.
cruz -
Avelina -
playa de Tenerife, que nos metes en la historia y nos das vueltas
con coche incluido, ¡emocionante!
JESUS SERRANO -