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barbacana

El rumor del oleaje

  

La sala del baño estaba bastante concurrida, y a través de las nubes de vapor se dibujaban las vagas siluetas de las personas que iban y venían. En el techo resonaban los sonidos del agua, los leves golpeteos de las jofainas de madera, la charla y las risas. En la sala abundaba el agua caliente y en ella se experimentaba una sensación de libertad tras las fatigosas tareas de la jornada.

A pesar de que al sumergir así las piernas les salpicaba la cara, cuando los demás usuarios del baño se daban cuenta de que se trataba de Rompiendo con la regla establecida, Terukichi nunca se lavaba primero antes de entrar en la piscina. Como de costumbre, avanzó con largos y dignos pasos desde la puerta hasta la piscina y, sin más, se sumergió las piernas en el agua. Le daba igual la temperatura a la que estuviera. A Terukichi le interesaba tan poco el posible efecto del calor sobre el corazón y los vasos sanguíneos del cerebro como, por ejemplo, los perfumes o las corbatas.

Terukichi le saludaban  con corteses inclinaciones de cabeza. Entonces Terukichi  se sumergió hasta el arrogante mentón.

Había dos jóvenes que se estaban lavando ante la hilera de grifos paralela a la piscina y que no habían reparado en la llegada de Terukichi. Sin bajar las voces siguieron chismorreando sin comedimiento acerca del anciano.

-La verdad es que el tío Teru debe de estar viviendo su segunda infancia. Ni siquiera está enterado de que su chica se ha convertido en una jarra agrietada.

-Ese Shinji Kubo…qué manera de embaucar la suya, ¿no? Cuando todo el mundo lo consideraba un chico inocente, va y la roba ante las mismas narices del tío Teru.

Los que se encontraban en la piscina estaban nerviosos y mantenían los ojos apartados de Terukichi.

El semblante de Terukichi había enrojecido, pero daba una impresión de serenidad mientras salía de la piscina. Tomó en cada mano una jofaina de madera y las llenó en el depósito de agua fría. Entonces se acercó a los dos jóvenes, sin decir palabra les vertió el agua fría sobre las cabezas y propinó una patada a la espalda de cada uno.

Los jóvenes, con los ojos cubiertos de jabón y entrecerrados, se levantaron de inmediato para responder a la agresión, pero al darse cuanta de que se las habían con Terukichi, titubearon.

Entonces el anciano los aferró por el pescuezo y, aunque su piel enjabonada era resbaladiza bajo los dedos, los arrastró al borde de la piscina. Allí empujó con violencia sus cabezas, sumergiéndolas en el agua. Todavía aferrándoles los cuellos con sus manazas, sacudió las dos cabezas y las golpeó una contra otra, como si estuviera aclarando la colada.

Para rematar su acción, y sin lavarse siquiera, Terukichi abandonó la sala con sus largos pasos, sin dirigir una sola mirada a las espaldas de los otros usuarios, quienes se habían puesto en pie y le miraban con fijeza, mudos de asombro, mientras él se alejaba.

 

Yukio Mishima

Delicioso cuento japonés, para hoy que va de libros.

3 comentarios

Porfi -

Mujer, tú por aquí ¡y el talego a medio llenar!....
... y nosotros tan ansiosos de tu presencia.

Pily E. -

Delicioso de verdad, y se ha entendido perfectamente.
Un placer leerte de nuevo.
Un beso, guapísima.

Avelina -

¡Lo siento, lo he copiado o me ha salido mal, pero aún así espero
que se entienda!, un día de estos voy a prender algo de informática
¡palabrita