¡Hola Pepa!, soy Raiño.
Se llamaba Raíño.
En gallego quiere decir rey, y aunque nosotros no somos especialmente simpatizantes de la monarquía no tiene nada que ver con el sentido mayestático de la palabra, sino con que era el Jefe de la casa.
Era un gato siamés no muy grande pero fuerte, poderoso y sobretodo gordo lo que había generado que unos amigos belgas lo rebautizaran como la Boule, que según las enseñanzas entrañables de francés de D. Avelino venía a significar “la Bola”.
Comía casi a la carta, Flor le hacía lo que más le gustaba y ella además aprovechaba para un par de veces a la semana comerse unos filetones enormes de hígado que yo no puedo ni ver.
Era el auténtico mandamás en casa. Flor, los dos perros afganos negros (Tula y Cilón) y yo, por éste orden jerárquico, estábamos como se dice a su disposición.
Dormía con nosotros en la cama, ¡en medio claro!, si bien es verdad que siempre conseguía, empujando poco a poco a Flor hacia el abismo de la derecha, para una vez que no tenía como moverse, que saltase por encima y que se ubicara en el otro lado.
Y mira que lo amenazaba ¡la comida te la va a hacer éste!, y sino ¡vas a comer solo pienso!, y aunque él sabía que éste era yo, y que yo no sé hacer ésos filetes de hígado que se comían ellos dos, también era consciente de que ella lo quería hasta más que “éste”.
Estaba siempre detrás, como una sombra. Agujero que hicieras en el jardín para poner alguna planta tenía que ser él el último que le diera el toque de terminación.
Entre los kilos y el relajo estaba casi siempre tumbado por las alfombras descansando en el hueco entre las patas y el cuerpo de Tula, que incluso cuando nos lo regalaron de bebé intentó sin éxito mamar de sus ubres, que como es lógico no tenían el preciado néctar. Pero, allí andaban ellos dos, dale que te pego. Ningún otro gato entraba al jardín. No sé si por ése prurito de conservar lozano lo que observaba que a mí, artista de la azada, el cortacésped, el rastrillo y la sulfatadora tanto me costaba mantener.
Sin embargo él se paseaba como un señor por los jardines aledaños de amigos vecinos, no solo ya con total impunidad sino con cariño, ya que lo mimaban dándole a espuertas sus galletas preferidas, si bien es verdad que él mantenía la zona sin ratones en 3 kilómetros a la redonda.
Cuando yo tenía descanso en el trabajo ya hemos dicho como dormíamos ¿no?. ¡A las 11 todos juntitos al cesto!.
Cuando trabajaba solía volver a las 4 o 5 de la madrugada.
Todos los días me esperaba subido en el alto muro del jardín hasta que metía el coche al garaje.
Ya enfilando la calle veía el brillo refulgente de sus ojos cariñosos a la luz de los faros.
Buscaba con zalamería el tremendo apretón de su cuerpo contra mi pecho trabado con mis brazos. Maullaba cariños inexplicables para oídos no preparados, se dejaba llevar en volandas como si fuera un tiovivo de sensaciones novedosas, subíamos las escaleras como dos locos abrazados que se alejan de la puerta del infierno, me subía hasta por la cabeza cuando yo trataba de desvestirme y ponerme el pijama, éramos dos amigos en racha de juego y de besos.
Aquella noche no estaba en el muro. Me extrañó, pero tratándose de una noche lluviosa, de que llevaba un par de días un poco pachucho y de que era un poco más tarde de lo habitual, no me preocupé.
Tampoco estaba en la cama junto a Flor.
Lo busqué por otros dormitorios, por armarios donde alguna vez le gustaba alcahuetear, recorrí el jardín, encendí las luces de la piscina por si se hubiese caído dentro, el garaje. Y nada....
Pero...cuando lo encontré estaba como dormidito encima de un pequeño saco de compost, en el cuarto de los aperos del jardín, junto a un caballete de pintura.
Estaba enroscado como cuando dormía, más Bola que nunca, más Rey que nunca, más dulce que nunca también.
¿Cuánto tiempo estuve velándolo silenciosamente?. ¡No lo recuerdo!.
Solo recuerdo que cogí una azada pequeñita y cavé bajo la lluvia, debajo del naranjo más florido del jardín un pequeño hoyuelo para que fuera su morada definitiva.
La lluvia empapándome parsimoniosamente, mezclaba, buena colaboradora, sus gotas fresquitas con mis furtivas lágrimas.
Permanecí un rato tratando de entender que a mí, endurecido por la vida, me pudiera afectar aquello de ésa manera tan cruel.
Que pudiera sentir ahogo, temblores de afecto y dolor de cariño por la muerte de un animalito.
Pero ¿era un animalito?.
Creí que había hablado todo el rato...de un AMIGO.
Para Pili, con mi cariño...y mi consuelo.
En gallego quiere decir rey, y aunque nosotros no somos especialmente simpatizantes de la monarquía no tiene nada que ver con el sentido mayestático de la palabra, sino con que era el Jefe de la casa.
Era un gato siamés no muy grande pero fuerte, poderoso y sobretodo gordo lo que había generado que unos amigos belgas lo rebautizaran como la Boule, que según las enseñanzas entrañables de francés de D. Avelino venía a significar “la Bola”.
Comía casi a la carta, Flor le hacía lo que más le gustaba y ella además aprovechaba para un par de veces a la semana comerse unos filetones enormes de hígado que yo no puedo ni ver.
Era el auténtico mandamás en casa. Flor, los dos perros afganos negros (Tula y Cilón) y yo, por éste orden jerárquico, estábamos como se dice a su disposición.
Dormía con nosotros en la cama, ¡en medio claro!, si bien es verdad que siempre conseguía, empujando poco a poco a Flor hacia el abismo de la derecha, para una vez que no tenía como moverse, que saltase por encima y que se ubicara en el otro lado.
Y mira que lo amenazaba ¡la comida te la va a hacer éste!, y sino ¡vas a comer solo pienso!, y aunque él sabía que éste era yo, y que yo no sé hacer ésos filetes de hígado que se comían ellos dos, también era consciente de que ella lo quería hasta más que “éste”.
Estaba siempre detrás, como una sombra. Agujero que hicieras en el jardín para poner alguna planta tenía que ser él el último que le diera el toque de terminación.
Entre los kilos y el relajo estaba casi siempre tumbado por las alfombras descansando en el hueco entre las patas y el cuerpo de Tula, que incluso cuando nos lo regalaron de bebé intentó sin éxito mamar de sus ubres, que como es lógico no tenían el preciado néctar. Pero, allí andaban ellos dos, dale que te pego. Ningún otro gato entraba al jardín. No sé si por ése prurito de conservar lozano lo que observaba que a mí, artista de la azada, el cortacésped, el rastrillo y la sulfatadora tanto me costaba mantener.
Sin embargo él se paseaba como un señor por los jardines aledaños de amigos vecinos, no solo ya con total impunidad sino con cariño, ya que lo mimaban dándole a espuertas sus galletas preferidas, si bien es verdad que él mantenía la zona sin ratones en 3 kilómetros a la redonda.
Cuando yo tenía descanso en el trabajo ya hemos dicho como dormíamos ¿no?. ¡A las 11 todos juntitos al cesto!.
Cuando trabajaba solía volver a las 4 o 5 de la madrugada.
Todos los días me esperaba subido en el alto muro del jardín hasta que metía el coche al garaje.
Ya enfilando la calle veía el brillo refulgente de sus ojos cariñosos a la luz de los faros.
Buscaba con zalamería el tremendo apretón de su cuerpo contra mi pecho trabado con mis brazos. Maullaba cariños inexplicables para oídos no preparados, se dejaba llevar en volandas como si fuera un tiovivo de sensaciones novedosas, subíamos las escaleras como dos locos abrazados que se alejan de la puerta del infierno, me subía hasta por la cabeza cuando yo trataba de desvestirme y ponerme el pijama, éramos dos amigos en racha de juego y de besos.
Aquella noche no estaba en el muro. Me extrañó, pero tratándose de una noche lluviosa, de que llevaba un par de días un poco pachucho y de que era un poco más tarde de lo habitual, no me preocupé.
Tampoco estaba en la cama junto a Flor.
Lo busqué por otros dormitorios, por armarios donde alguna vez le gustaba alcahuetear, recorrí el jardín, encendí las luces de la piscina por si se hubiese caído dentro, el garaje. Y nada....
Pero...cuando lo encontré estaba como dormidito encima de un pequeño saco de compost, en el cuarto de los aperos del jardín, junto a un caballete de pintura.
Estaba enroscado como cuando dormía, más Bola que nunca, más Rey que nunca, más dulce que nunca también.
¿Cuánto tiempo estuve velándolo silenciosamente?. ¡No lo recuerdo!.
Solo recuerdo que cogí una azada pequeñita y cavé bajo la lluvia, debajo del naranjo más florido del jardín un pequeño hoyuelo para que fuera su morada definitiva.
La lluvia empapándome parsimoniosamente, mezclaba, buena colaboradora, sus gotas fresquitas con mis furtivas lágrimas.
Permanecí un rato tratando de entender que a mí, endurecido por la vida, me pudiera afectar aquello de ésa manera tan cruel.
Que pudiera sentir ahogo, temblores de afecto y dolor de cariño por la muerte de un animalito.
Pero ¿era un animalito?.
Creí que había hablado todo el rato...de un AMIGO.
Para Pili, con mi cariño...y mi consuelo.
3 comentarios
cruz -
Porfi -
Y que le escribirá dulces poemas y le enseñará lugares y rincones donde pasar sus tardes de primavera.
Y que se acordarán alegres de nosotros porque los hemos tratado con todo el cariño y ternura que se merecen los amigos.
Pily E. -
Hoy es un día triste para mi familia, y mas que lo será mañana.
Yo hubiera querido que su último aliento, fuera en su casa, rodeada de su familia, pero si la fortuna no quiere que muera esta noche, será en la fría consulta de la veterinaria,y eso me apena todavía mas,porque si le queda algo de lucidez, cuando vea donde vamos se aterrorizará, y ni siquiera morirá en paz.
Ójala Raiño le espere para jugar juntos en el cielo de los gatos.
Han sido mas de 18 años de compartir el día a día con ella, amiga y compañera ideal.